Para un día que podíamos dormir, nos despierta Irene. Estaba muy emocionada y saltó a nuestra cama hasta hacernos levantar. Juan Carlos no tenía servicio y pensamos en pasar el día en la piscina de la casa cuartel. Como una mañana más preparé el desayuno: cola cao con cereales, esos que tanto gustan a mi pequeña.
Mientras yo me arreglaba y pochaba la patata, mi marido quiso ayudarme vistiendo a Irene. Todavía con 5 años no ha aprendido a hacerlo solita. ¡Benditos maridos que no se dan cuenta de que en vez de ayudar, complican más las cosas! Pobre Irene, apareció hecha un cuadro: rayas, cuadros y rombos de mil colores. Al terminar la tortilla y volver a vestir a Irene, cogimos las mochilas y salimos de casa.
Habíamos quedado con Mari y sus niños, que se llevan pocos años con Irene y se lo pasan genial. Además Juan Carlos y Pepe son compañeros y solemos hacer los planes juntos. Como siempre, llegaron una hora más tarde y se metieron al agua nada más dejar las cosas. Hacía una mañana estupenda…y el calor en Madrid siempre es horrible.
Ya secos y cansados, necesitábamos comer algo. Le puse a Irene su vestidito ibicenco que le sienta tan bien… Juan Carlos y Pepe preparaban la mesa cuando de repente un estruendo me separó de mi niña.
Desorientada y casi sin poder ver, lo único que oía era a Irene llamarme: “¡Mamá, mamá! ¡Ayúdame mami!”. Saque fuerza para levantarme y buscar de dónde venían sus gritos.
- ¡Juan Carlos! Socorro, ¿dónde está mi pequeña?-gritaba desconsolada.
- Esta allí…-me dijo Mari mientras cogía en brazos a sus hijos.
Oía muchos ruidos de fondo: sirenas, gritos, llantos…Pero lo único nítido que oía eran los quejidos de Irene. Estaba tapada por una montaña de escombros. Agarré su mano, veía sus ojitos y su rostro ensangrentado…
-Tranquila cariño, ya te voy a sacar. Mamá está aquí…-le dije y con ayuda de otro guardia civil sacamos a Irene y la llevamos hacia la ambulancia.
-No te duermas, Irene. Mírame, abrázame fuerte.
-Tengo miedo, mami.
-Hija, no temas que ya mañana estaremos en casa otra vez, ¿vale?
No podía imaginar el momento en el que Irene dejara de apretar mi mano…Pero, sin más, se soltó. Yo seguí corriendo esperando que le reanimasen y me la devolvieran. Era muy pequeña para irse. Ni siquiera había aprendido a vestirse solita…
-¡Cabrones…!-grité desplomada en el suelo.
Abracé a Juan Carlos, era lo único que me quedaba. Y fueron pasando los años y todavía miles de personas sufren la injusticia que me ha tocado vivir y que se llevó a Irene. He seguido adelante y he aceptado que ella ya no esté con nosotros. Lo que jamás aceptaré es que seamos un país manejado por una banda de asesinos y que tengamos que someternos a sus amenazas para conservar a vida. Me habrán quitado a mi niña, pero nunca me quitarán la libertad.
Mónica y Teresa
Mientras yo me arreglaba y pochaba la patata, mi marido quiso ayudarme vistiendo a Irene. Todavía con 5 años no ha aprendido a hacerlo solita. ¡Benditos maridos que no se dan cuenta de que en vez de ayudar, complican más las cosas! Pobre Irene, apareció hecha un cuadro: rayas, cuadros y rombos de mil colores. Al terminar la tortilla y volver a vestir a Irene, cogimos las mochilas y salimos de casa.
Habíamos quedado con Mari y sus niños, que se llevan pocos años con Irene y se lo pasan genial. Además Juan Carlos y Pepe son compañeros y solemos hacer los planes juntos. Como siempre, llegaron una hora más tarde y se metieron al agua nada más dejar las cosas. Hacía una mañana estupenda…y el calor en Madrid siempre es horrible.
Ya secos y cansados, necesitábamos comer algo. Le puse a Irene su vestidito ibicenco que le sienta tan bien… Juan Carlos y Pepe preparaban la mesa cuando de repente un estruendo me separó de mi niña.
Desorientada y casi sin poder ver, lo único que oía era a Irene llamarme: “¡Mamá, mamá! ¡Ayúdame mami!”. Saque fuerza para levantarme y buscar de dónde venían sus gritos.
- ¡Juan Carlos! Socorro, ¿dónde está mi pequeña?-gritaba desconsolada.
- Esta allí…-me dijo Mari mientras cogía en brazos a sus hijos.
Oía muchos ruidos de fondo: sirenas, gritos, llantos…Pero lo único nítido que oía eran los quejidos de Irene. Estaba tapada por una montaña de escombros. Agarré su mano, veía sus ojitos y su rostro ensangrentado…
-Tranquila cariño, ya te voy a sacar. Mamá está aquí…-le dije y con ayuda de otro guardia civil sacamos a Irene y la llevamos hacia la ambulancia.
-No te duermas, Irene. Mírame, abrázame fuerte.
-Tengo miedo, mami.
-Hija, no temas que ya mañana estaremos en casa otra vez, ¿vale?
No podía imaginar el momento en el que Irene dejara de apretar mi mano…Pero, sin más, se soltó. Yo seguí corriendo esperando que le reanimasen y me la devolvieran. Era muy pequeña para irse. Ni siquiera había aprendido a vestirse solita…
-¡Cabrones…!-grité desplomada en el suelo.
Abracé a Juan Carlos, era lo único que me quedaba. Y fueron pasando los años y todavía miles de personas sufren la injusticia que me ha tocado vivir y que se llevó a Irene. He seguido adelante y he aceptado que ella ya no esté con nosotros. Lo que jamás aceptaré es que seamos un país manejado por una banda de asesinos y que tengamos que someternos a sus amenazas para conservar a vida. Me habrán quitado a mi niña, pero nunca me quitarán la libertad.
Mónica y Teresa
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